Cuando Vázquez Montalbán murió, uno se preguntaba qué iba ser del pobre Carvalho, muerto a su vez de orfandad, erante en un limbo en el que, no nos engañemos, no quedan musas. Pero eso era al menos sencillo.
Mas, cuando muere un poeta, ¿a dónde orientar las nostalgias?¿Cómo se cuantifican las asociaciones imposibles que ya no serán descubiertas?
Mala noticia para un sábado de sol. Ángel González ya no va a poder escribir más. La última de las versiones de “Palabra sobre palabra” no tendrá actualizaciones.
Y resurgió en mi interior, ya para siempre:
este miedo difuso
esta ira repentina,
esta imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.
Porque puede salir a la calle a buscar lugares propicios para el amor, pero a qué mirar, a qué permanecer / seguros / de que todo es así, seguirá / siendo… Quedarán otros que canten a las mismas armas y las mismas urnas, a los mismos Pilatos, algunos que canten incluso violines estirándose indolentes; pero no de la misma manera. No con esas cadencias de varias tierras distintas, con esa voz un poco rota y un poco de adolescente iluso, con esa tranquilidad de llevar más de mil generaciones a la espalda. Al viejo poeta de la ciudad (supongo que Cavafis se deje robar el nombre: esta vez la ciudad es la mía: ciudad de sucias tejas soleadas / casi eres realidad, apenas nido / sólo un rumor, un humo desprendido /de las praderas verdes y asombradas )no le quedan palabras. Palabras para explicar ni el crepúsculo en Albuquerque cuando la nieve ardía, ni la llegada del otoño en que los ángeles con minúscula se pierden, ni la confusión de amor y odio a las desconocidas reconocidas de pelo largo. No le quedan minutos para marcar la piel del agua.
Pero el ancho espacio y el largo tiempo que hicieron falta no han sido en vano. Algunos entendimos los símbolos leyéndolos a tientas. Algunos se susurraron temblando: cuando tengas dinero regálame un anillo /cuando no tengas nada ame una esquina de tu boca. Algunos reprodujeron su discurso de Pedro. Algunos se hicieron fantasmas.
Algunos le leerán hoy por vez primera. Algunos se estremecerán. Algunos seguirán leyendo.
Algunos. Con eso basta. Cuando muere un poeta, el luto es otro. Un poco como el de los urogallos y las mandrágoras, como el de las ballenas blancas. Muere otra de esas almas en extinción, otro especímen de una raza que decrece al ritmo de las olas.
Un luto más bien solitario. Buscarse y escribir. Que haya una nube de versos nuevos para ayudar a una ascensión desdibujada. Porque si algo sigue siendo cierto es que
habrá palabras nuevas para la nueva historia
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.
Está Julia en Madrid y nos hemos pasado la mañana callejeando ajenas a periódicos, radio o poetas. Y ahora al llegar a casa todos los blogs están de luto. Jo…