Hay cenas que nunca se olvidan. Suele ser por cosas que no vienen a cuento. La noche de la mañana en que empecé a estudiar chino, tenía una cita largamente preparada. En mitad del aperitivo, el comensal comentó: ¿Chino? ¿Tú? ¿Por qué? ¿Con lo que a ti te gusta la litratura, por qué meterte a estudiar una lengua en la que pasarán veinte años antes de que puedas entender un poema? Cómo iba él a pensar que de la cena, eso sería lo que más vueltas me hiciera darle a la cabeza: al hacer que me diera cuenta de que, de hecho, si algo me gusta de estudiar lenguas es no depender de traducciones para vérmelas con los libros que las dibujan. Sí, pasarán lustros antes de que pueda hablarle cara a cara a Li Bai. Pero tendrá su fruto. Y entretanto… Read More