Para mejorar un día que no ha sido tan bueno como acostumbran, recibo desde mi casa un correo con unas cuantas líneas escogidas de otro de los libros que debí traerme aquí: “París no se acaba nunca”, de Vila Matas. Y aunque podría copiar las citas que describen todos los cafés que debo recorrer (sí, esos son los deberes que me pone mi padre), prefiero contaros esta otra, un clásico de las coñas de mi familia, para que veáis la que me puede esperar 😉
Me costaba mucho escribir cualquier párrafo de “La asesina ilustrada”. Sin embargo, cuando mi padre me envió desde Barcelona una carta en la que me decía que no pensaba esperar ya más tiempo a que terminara la dichosa novela y que había decidido cerrarme por completo el alegre grifo del dinero, le escribí una carta con una soltura literaria muy distinta de la que tenía cuando escribía, agarrotado, mi novela…
“Querido padre. He llegado a esa edad en la cual se tiene el pleno dominio de las propias cualidades y la inteligencia alcanza su máxima fuerza y capacidad. Es por tanto el momento de realizar mi obra literaria. Para realizarla, necesito tranquilidad y poca distracción, no tener que pedirle dinero a Marguerite Duras ni estar todo el rato ocupándome de convencerte de que vale la pena que financies la escritura de una novela que a la larga, cuando la termine y la publique y recoja el aplauso de las multitudes, habrá de llenarte de orgullo paterno y de gran satisfacción por haber sabido ser generoso conmigo. Tu hijo que te quiere”.
Con esta carta logré aplazar por un tiempo el fin definitivo de los giros postales. Provisto de un indudable sentido del humor y de un estilo muy sobrio y escueto, mi padre me contestó:
“Querido hijo: he llegado a esa edad en la cual uno se ve obligado a comprobar como su hijo se ha convertido en un imbécil. Te doy tres meses de plazo para que termines tu obra maestra. Por cierto, ¿quién es Marguerite Duras?”
¿Te he dicho alguna vez lo que me gustan a mí las ocurrencias de tu santo padre? 😉